martes, 6 de abril de 2010

Sexo, oscurantismo y Edad Media

El medioevo fue el cinturón de castidad de la libertad sexual, que originó la mayoría de tabúes que a día de hoy, aun constriñen la sexualidad de los hombres.

El período histórico conocido como Edad Media se extiende, para algunos estudiosos, desde la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 hasta la caída de Constantinopla a manos de los turcos en el año 1453, o bien, para otra parte de la doctrina, hasta el Descubrimiento de América en 1492.

Independientemente de la fecha de su finalización, lo cierto es que nos encontramos con más de 1000 años de trasfondo histórico dominado por la religión, aquella que ha forjado el carácter social y cultural de los hombres en todos y cada uno de los ámbitos de la vida, incluido el sexual.

La Iglesia se erigió como foco normativo, como faro moral que guiaba las costumbres lícitas del pueblo cristiano, frente a las “depravadas y nocivas” costumbres bárbaras y paganas.

El sexo queda relegado al matrimonio y toda unión fuera de él es sacrílega y adúltera, siendo castigada no sólo con el repudio social, sino con castigos físicos o incluso con la pena capital en el caso de las mujeres. Nos llevemos las manos a la cabeza cuando vemos las lapidaciones por adulterio del mundo musulmán pero los cristianos de la época, más constructivos, preferían decorar el interior de sus muros emparedando entre ellos a cuánta adúltera tuviesen a mano.

El fin único del matrimonio pasa a ser la procreación, y el placer y satisfacción carnal son a menudo vistas como algo impuro y pecaminoso. Por ello, cualquier unión física no destinada a engendrar descendencia no puede ser tolerada, siendo proscritas las prácticas homosexuales o, Dios no lo quisiera, la masturbación. Uno de los peores pecados, pues el derramar la simiente a la tierra por puro placer era un acto de claro desprecio a la vida en aquellos tiempos de alta mortandad.

Al mismo tiempo, otro de los grandes pecados del ámbito sexual junto con la masturbación, fueron las relaciones interconfesionales, que no son aquellas que se dieran dentro del confesionario, sino las cometidas entre miembros de distintas religiones. Siendo las uniones entre musulmanes y judíos boleto seguro para ser conducido a la hoguera. Son cientos los casos documentados de ésta práctica en la que ambos sujetos eran ejecutados sin remisión. Y lo peor de todo es que tan sólo hacía falta un par de acusaciones y la sospecha de la unión, para dar legitimidad al proceso. Cosas de la justicia “divina”…

Es en medio de esta rigidez normativa cuando la virginidad, la femenina claro, pues la masculina apenas tiene relevancia social, se convierte en pilar fundamental del sexo en la Edad Media, y en moneda de cambio y “conditio si ne qua non” del negocio marital.

De ahí, la fijación, por concertar matrimonios a tan tempranas edades, pues el contraer nupcias con una infante aseguraba ésta condición física. La virginidad se convierte ingenuamente en el sello de garantía de que la paternidad era propia y no ajena.

De hecho, era común, el tener testigos en el desfloramiento, que confirmasen a la comunidad la consumación del matrimonio, prácticas que, para conocimiento de los escandalosos, aún perduran en algunas culturas como la gitana.

Sin embargo ésta férrea normativa, se sustentó, como suele pasar, en aquel dicho del “haced lo que digo, no lo que hago”. Pues mientras el pueblo tenía coactada su libertad sexual, sus dirigentes espirituales se permitían regodearse en su propia autoindulgencia y dar rienda suelta a su liviana moralidad.

Hoy en día, estas costumbres pueden parecernos reprochables y escandalizar a más de uno, sin embargo si reflexionamos un momento, nos daremos cuenta que la gran mayoría de tabúes que a regañadientes aun perduran en nuestra sociedad, tienen sus orígenes en la religión medieval, ya sea cristiana, musulmana o judía.

Unos tabúes, que con cierta timidez, y por fortuna, estamos comenzando a desflorar


Por Hugo JIménez Chacón

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